El color del Agua


Para pintar el agua usaremos básicamente el color azul,

¿ o no?

Se supone que el agua es incolora, transparente y con un indice de refracción de 1,33 (lo que quiere decir que la luz va 1,33 veces más rápida en el vacío que en el agua). Pero esto es teoría, porque ¿cómo la vemos?. ¿Por qué podemos interpretar que la amalgama de colores de la imagen superior representa un cauce de agua?.

Para responder a esta pregunta deberemos abstraernos y ampliar nuestro campo de visión.

Si debemos abstraernos es para mirar el todo, no el brochazo, y si debemos retirarnos un poco es para contemplar el entorno e interpretar las luces y los reflejos mejor. Ambas son las claves de nuestra interpretación espontánea.

Si vemos el agua de color azul es por el reflejo de la bóveda celeste, ya que no existe un tono de material. Su textura se consigue dibujando las luces cársticas que produce su movimiento. Así que básicamente es azul la pintura que usaremos.

Pero en la naturaleza abunda sobre todo el color verde, de las plantas y de las algas, así que es muy probable que debamos usar también este color al pintar el agua. ¡Ah, no olvidemos el amarillo para los reflejos de la luz del sol!. Vaya, esto se complica. Fijémonos en cómo pintaba el agua uno de los mejores pintores que ‘la han retratado’: FRITZ THAULOW, quien pronto será nuestro invitado especial en este blog.

Ooops!, cuando el paisaje que se refleja en el agua es de colores muy diferentes al azul, terminarán mezclándose con él, así que los tonos rojos en el agua nos darán reflejos violetas, y los verdes oscuros serán casi negros.

Pero en muchas ocasiones el paisaje casi no es verda, sino ocre y el cielo es casi blanco, a pesar de los cual debemos seguir usando los verdes y azules, sin olvidar los amarillos.

Aunque en ocasiones los reflejos del agua contienen casi más tonalidades que el entorno inmediato del paisaje, y por ejemplo predominan los naranjas en el agua, cuando el naranja es el color complementario del negro.

Y llega un momento en el que azul se retira de la paleta y los verdes se convierten, casi en su totalidad, en amarillos.

O bien la luz rojiza del atardecer tiñe el agua de un púrpura que apaga a los verdes y sustituye a los azules. Ya vemos que es la luz ambiente la que puede llegar a dominar el color de nuestra escena, aunque sea luz del sol y directa en exteriores.

Sin embargo, lo normal es que el torrente de agua de un río sea un elemento tan poderoso visualmente que el líquido se nos presente como un elemento con personalidad propia, que rompe el paisaje y que solo admite leves toques de color reflejados, por muy intensos que sean los colores del entorno inmediato.

La superficie del agua ofrece al artista siempre la posibilidad de ensayar las simetrías, los reflejos y las luces creando efectos ópticos muy sencillos y resultones. Habitualmente deberemos mirar con los ojos semi-entornados y los párpados casi cerrados para ir paulatinamente apagando las luces de la escena y capturar así los puntos más luminosos.

Luego están las excepciones y las interpretaciones no naturalistas del paisaje, en ellas todo está permitido, siempre que pueda interpretarse finalmente lo que el autor quería.

Por último, a medida que el autor se enfrenta a situaciones luminosas tan extrañas como las de una nevada, con cielos amarillos y luces que botan en el suelo con tanta fuerza que saturan y queman los colores del entorno, deberá tomar decisiones valientes y afrontar que la pintura del agua no es algo sencillo, sino que requiere destreza y mucha práctica.

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