Autoretratos desde dentro


Vincent Van Gogh

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Esta carta no la escribió Vincent a Theo. Podría haberlo hecho, pero no lo hizo porque sus dibujos y pinturas lo contaban todo, permíteme la licencia de interpretarlos para tí:

Mi querido hermano Theodorus:

Hoy te escribo desde el otro lado del lienzo, desde dentro de mi corazón, y no lo hago con palabras, que cada vez me son más ajenas, sino con brochazos de color, con imágenes y miradas que pocos, como tu, pueden comprender.

Si quisiera explicar el sentido del autoretrato, que no es vanidad, ni egolatría, sino un simple motivo artístico más, no tendría a nadie que me entendiera como tú. Ya sabes que desde las últimas visitas a mis amigos de Paris he pintado repetidamente estampas japonesas y otros motivos exóticos, pero al poco de llegar a Arles comprendí que no las necesitaba para encontrar algo exótico que pintar, comprendí que basta con mirar alrededor como lo hace un pintor para encontrar la belleza, cualquier paisaje vale, cualquier flor, cualquier persona. Basta con salir a pasear armado de mis herramientas y estar dispuesto a encontrar un motivo.

Aunque, bueno, las cosas no se me ponen siempre tan fáciles, no creas que pinto todo lo que quiero: Tengo muchos problemas para poder pintar a las mujeres; con los hombres las cosas son más sencillas, pero ellas no parecen fiarse de mi proximidad. ¡Ah, si supieran que solamente busco la belleza!

Además muchos días no puedo salir al campo por el mal clima, o al pueblo por mis contínuas molestias de pensamientos y mi rostro, a veces trasfigurado, me acompaña como mi sombra, reflejado en los cristales y espejos de mi habitación, me sugiere ideas y sentimientos cuando me topo con los ojos de frente, con mis ojos, con mi expresión, continuación de la tortura que se desarrolla dentro de mi cabeza.

Así que si es mi imagen quien me acompaña, tendré que pintarla porque no puedo dejar de pintar, el color la luz y las formas me obsesionan. En los últimos años he acabado más de quinientos cuadros y hay días en los que hago más de uno. No me refiero solo a autoretratos, sino a cualquier tipo de cuadro, que cada nueva imagen es un nuevo reto de forma, luz, color…

Tardé mucho en eliminar la pasta negra de mi paleta, a ello me ayudaste tú al mostrarme las obras de los pintores actuales que marcháis desde la empresa en la que trabajas, pero sobre todo fue Rubens y también las nuevas teorías divisionistas del color y de la luz, las que me convencieron de apartar de mi lienzo el color que ensucia y apaga todo.

Ya sé tratarme con el color de tu a tu, y en ocasiones me basta con enfrentarlos para conseguir las formas. Por ejemplo, si el azul domina todo, mi barba roja o mi pel amarilla destacarán por si solas. Si es el violeta o el azul, será el naranja quien me destaque.

Pintándome a mí, ante el espejo, me doy cuenta de que lo que termino haciendo es reflejar mi estado de ánimo, pues cada pintura es radicalmente diferente a la que precede o a la que continúa. Unos días mis ojos solo pueden ser pintados de ocre oscuro, otros de azul, los más son verdes.

Otros días me paro a sacar un brillo luminoso en el perfil de mi nariz o en enriquecer la textura de mi carne. Ya ves que no es solo el color quien determina el mensaje que encierra la imagen, la luz, Theo, es ella quien guarda el color y lo condiciona de tal manera que a veces solo puedo usar un tono que llega a tragarse a su complementario.

Pero no podrás decir cuándo el color es más importante que la luz o que la forma, porque un mismo autoretrato, como todos estos que guardas en tu casa, siempre dirá algo diferente del que haga al día siguiente.

En ocasiones mis ojos se rodean de rojo, otras son mis labios los que se forran de escarlata, a veces la poca pintura que pongo en el lienzo da aspecto de acuarela, en otras debo modelar la pintura con el pincel porque pongo demasiada pasta. ¿Ves?, todo en el arte es sorprendente y me pregunto hasta qué punto puedo dominar lo que hago.

Y cuando se trata de llenar el fondo, ‘la parte no pintada de la pintura’, no sabría decirte por qué en ocasiones son pinceladas sueltas las que ocupan ese espacio y otras son manchas de pasta oscura, como hacían los italianos, pero desde que llegué a Arlés comencé a hacer curvas sinuosas de pinceladas de color que moldean el espacio y la luz, y que me parecen más mías que el resto de las cosas que hasta ahora he hecho.

¡Qué dirán de mí en el futuro!, ¡Vincent, ese pobre desequilibrado que enloqueció por pintar!, o bien, ¡estúpido y absurdo colorista que destrozó todas las normas aprendidas para entregarse a la experimentación individual!. Pero tu sabes, hermano, que yo he entregado mi vida al arte y que siempre seré honrado con él, ‘gentilehuomo’, como decía Caravaggio, noble y honesto con lo que hago.

Ninguna de estas imágenes supone una contradicción con las otras, aunque parezcan salidas de diferentes artistas. Un pintor no debe hacer una sola cosa, porque buscar la belleza no es pintar cosas bellas, sino pintar bellas las cosas.

Pero deberás prepararte, Theo, para los agoreros que no entienden lo que ven, los que dirán que mis imágenes son fruto de una mente desquiciada que roza la locura, y que por tanto es una ofensa comparar mi obra con cualquier cosa que pueda llamarse arte.

Deberás seguir armándote de paciencia conmigo, con mis salidas de tono extemporáneas, que nunca son fruto de una falta de amor hacia ti, con mi falta permanente de recursos para sobrevivir, con mis eternas dificultades para relacionarme con el común de las personas.

Yo siempre seguiré agradeciéndote desde mis dibujos lo mucho que haces por mí, tu apoyo y tu entendimiento, aunque no consigas vender ninguno de mis cuadros, aunque tan poca gente los vea, tu sabes que la luz que emana de mi frente es en realidad un recuerdo de una experiencia vital posiblemente vivida junto a tí.

Tu sabes que aunque el retrato esté pintado al modo de Velázquez, o al de Pisarro, quien te mira desde detrás del lienzo reclamando tu ayuda, tu consejo y tu presencia es siempre Vincent.

Y no pienses que me muestro triste en estos retratos, si no sonrío es porque me cuesta mantener la mueca mientras estoy concentrado en la pintura. Ya sabes de mi facilidad para abstraerme de lo que me rodea cuando trabajo. El momento de pintar es mágico para mí. Siento que el tiempo se detiene y que estoy en una burbuja en la que solo existe mi entorno más inmediato, que rara vez pasa más allá del lienzo.

En esos momentos me peleo con mis manías y con mis vicios auto adquiridos. Por ejemplo, en el retrato de arriba, en el que aparezco sin barba, fui incapaz de dejar de pintar mi cara con el color rojo de mi barba que ya no estaba, aunque en esta ocasión sea para iluminarla.

Siempre quiero sobreiluminar la cara, me pregunto si no me habrá afectado demasiado aquella crítica tuya de usar colores muy oscuros. En verdad lo hacía, pero ya no, aunque el último invierno haya sido demasiado frio y gris, aunque haya tenido que trabajar en interiores y solamente iluminado por velas y lucernarias, creo que mis dibujos tienen casi toda la gama de paleta, cada uno de ellos.

Pero a este pobre artista le condicionan otros factores, como la escasez de material, que lo de pobre artista no lo digo por apiadarme de mí mismo sino por las deudas que tengo con cuantos me rodean, en especial contigo, hermano, sin quien no podría continuar. Pues bien, es la escasez de material la que en ocasiones me lleva a abusar de fondos oscuros, ya que la pintura oscura tapa con menos pasta que la clara.

Y por el contrario, cada vez que recibo un regalo tuyo mi paleta es la primera que lo agradece, la pasta baila sobre el lienzo y la extiendo con generosidad para que los colores se ven en toda su intensidad. En ocasiones es tanta la pasta que vierto en el lienzo que más que pintar, modelo usando los pinceles como si fueran buriles.

En el autoretrato que visto una chaqueta rosa rematada de azul, la cantidad de pasta en la chaqueta bastaría para abrigar a la sala de la que cuelgue el lienzo, y sin embargo en la cara me he parado a mezclar los colores con detalles para que no se aprecien las pinceladas.

Pero cuando pinto mi cara de noche, en mi habitación, lo que me interesa captar es la luz sobre mi rostro porque tanto las texturas como los colores o las formas se ocultan en lo profundo de la oscuridad.

O cuando trabajo sin mis juegos de pinceles habituales, sin mis herramientas la imagen que obtengo en poco se parece a lo que quiero obtener. Entonces estoy a la merced de la diosa fortuna para que los tonos se definan solos y las áreas de color resulten como debieran.

Sin duda cuando más he disfrutado con la pintura de mi rostro ha sido durante mis paseos veraniegos a la luz del sol. Entonces, en el campo, calado de mi sombrero de paja, hago bocetos que luego en ocasiones perfecciono en casa, aunque a veces no hace falta tocarlos porque cuatro trazos consiguen decir lo que cuarenta.

Al no mezclar la pasta de color, para conseguir tonos intermedios superpongo trazos de distintas tonalidades y esta técnica, en ocasiones, da la sensación de que un enjambre de insectos me revolotea, como si fueran las penas de mi alma. ¿Lo será, Theo?, ¿será la pintura el motivo de mis males?

¿O será la pintura la herramienta que eme curará de mis obsesiones?. Yo no sabría decirlo, pero sí sé que sin ella mi vida resultaría insoportable y que esto mismo lo han comprendido los doctores que me han habilitado una sala en la que poder trabajar.

Siempre he estado orgulloso de haber aprendido por mí mismo, de ser plenamente autodidacta, aunque a decir verdad cuando ves lo que otros hacen, y te impacta, quedas impresionado y condicionado por ello, así que aprendes de ellos. Sin embargo creo que el arte puede no aprenderse, como simple manifestación de lo más profundo de cada uno de nosotros. Pero sacar al lienzo esas profundidades, quizá nos cueste la vida.

Pero la vida sin arte no es vida, ambos son conceptos indisociables. Cada una de mis imágenes dice sobre mí más que cualquier fotografía, porque esta no es la mirada de una lente, sino la de una persona, y es en este cuadro en el que digo qué es lo que pienso o siento sobre mí mismo en este instante.

¡Por fin viene Gaugin a verme!. Te agradezco tanto tus esfuerzos para que así sea. Le he preparado la casa, le he pintado varios cuadros de girasoles para decorar su habitación y hasta le he hecho uno de mis retratos con el pelo tan rapado como un bonzo. Espero que todo le guste y nos entendamos bien.

Hola de nuevo, hermano. Vuelvo a estar solo, Gaugin se fue tras nuestra pelea y ahora vuelvo a intentar recuperarme de su abandono a nuestro proyecto común. Quizás en el futuro le escriba, pero no creo que ahora sea el momento apropiado. No te preocupes por mi salud, lo de la oreja no es gran cosa.

No, Theo, no debes preocuparte, no ha sido toda la oreja, sino solo un trocito lo que se desprendió. Y sí, éso es lo que yo les dije a la Policía, pero ya te contaré lo que realmente sucedió.

A propósito, no ha sido la oreja derecha, sino la izquierda, es que el retrato lo hice fijándome en el espejo.

Te quiere, tu hermano Vincent.

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Para saber más sobre lo que en la actualidad se piensa que sucedió con el famoso incidente de la oreja y sobre los últimos días de Vincent Van Gogh, puedes visitar la Wikipedia

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